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enero 29, 2011

~Gotas Carmín~

Eran las 20 horas menos cuarto, la plaza comercial estaba en su horario más concurrido. Las personas iban y venían, como pequeños insectos en la entrada de una colmena. Mi objetivo podía regodearse de todo lo que podía obtener en un ambiente tan saturado y falto de atención, al fin y al cabo apenas comenzaba la noche del viernes. Recorrí la plaza con calma, dejándolo disfrutar de la opulencia de su manía, mire las posibles salidas emergentes, puse atención en los diversos sistemas de seguridad y la enorme cantidad de puntos muertos que estos tenían. ¡Que pobre me parecían aquellas medidas para un lugar tan caro y atestado! Pero ese no era problema mío, yo tenía un contrato que seguir y un objetivo que justificar.

Después de algunas horas mirando, deambulando y estudiando el lugar, y de asegurarme que mi pieza clave siguiera ahí, mis conclusiones se redujeron solo a dos posibilidades: la primera, aprovechar que él tenia un gusto por quedarse inmóvil por largos periodos en una cafetería bastante abarrotada, hacer el trabajo limpio y rápido, dejarle ahí hasta que le encontraran con sus adquisiciones ilícitas y ya sin vida. La segunda, seguirle al termino de su jornada fraudulenta –este tipo de tíos siempre siguen un mismo patrón cuando están en un mismo lugar- e interceptarle, hacerle saber que le pasaría y por que. Aunque esto último no era necesario, el cliente me dio carta abierta. El punto era la venganza, entre estafadores hay orgullo y poco perdón.

Me di tiempo entonces, arribe a la cafetería y me senté a una distancia prudente, ordené un americano bien cargado e imité al mejor lector concentrado en literatura barata y de bolsillo, sin perderle de vista. Casi eran las 23 horas, la plaza ya daba vestigios de abandono y me di a la tarea de salir e instalarme en un punto donde podía mirar la salida sin ser percibido, y esperé. A los pocos minutos, mi pillo salio, levanto el cuello de su chaqueta y emprendió con paso desenfadado su camino. Le seguí de manera casual pero furtiva, jamás advirtió mi presencia. Llego hasta el hotel donde tenia su cuartel, no muy lejos del sitio comercial, y me retire.

Debo admitir que me encontraba algo decepcionado, el tío era demasiado descuidado para tener la reputación que lo precedía. Ocupe mi camino de regreso a mi guarida temporal mientras sopesaba ambas opciones. Si bien me vendría que ni pintado algo de acción y adrenalina al interceptarlo en su regreso, tendría que pensar bien si un trabajo limpio y sin escándalos me recompensaría con una salida rápida y un descanso más prolongado.

Mas, sin embargo, a las pocas manzanas ya avanzadas de mi retorno un sentimiento me embargo de imprevisto. Me sentía extrañamente vigilado. Deliberadamente vigilado. Inquietándome de lleno, baje la velocidad de mis pasos e introducí mi mano por entre el abrigo, preparando mi arma. Camine casi perezoso por un tramo, pensando en el que podría ser… o quien. Estaba listo por cualquier percance que me alcanzara, pero al poco tiempo el sentimiento se disipo. Estuve un rato mas rondando a unos kilómetros de mi refugio, pero no sentí mas nada.

En este trabajo, uno aprende a ser cazador y presa, el instinto es lo más importante y una de las leyes inquebrantables es nunca bajar la guardia. Uno nunca sabe de donde vendrá el siguiente tiro o la puñalada. Y solo te dejas ver cuando quieres ser notado, por eso nunca se sabe.

Sábado 18:30 horas, ya me encontraba deambulando por la plaza comercial, esperando la llegada de la victima. Me proporcione una comida elegante en un restaurante italiano, me consentí con unas nuevas gafas de sol costosas… Y es que la mayoría de los que estamos en el negocio, independientemente de la agencia, nos gustan las cosas lujosas de vez en cuando, ¿de que otra forma gastaríamos estos honorarios tan elevados? Avanzadas unas cuantas horas, apareció mi botín.

Me instale de nuevo en la cafetería, no seria tan mal educado para interrumpir su faena. Y le seguí todo el tiempo con la mirada. ¡Que manera tan natural tenia para robar en las tiendas y a los paseantes! Más me daba la impresión de que fuera un carterista cualquiera que un ladrón de alto nivel, de estafas multimillonarias y fraudes a gran escala. ¿Cómo alguien capaz de robar una obra original, un Durero, un Merisi o un Rubens, se molestaba en despojar a una tienda de una prenda casi sin valor a comparación de esos cuadros? Hacia notar en seguida esa necesidad de despojar a los demás de algo.

De repente, me sentí de nuevo acechado. Sensación poco común en mi caso, pero se sabe exactamente lo que es. Di una mirada a los alrededores, sentía casi como avanzaba en el círculo que era la forma de la plaza, pero no lograba ubicar a quien me causaba tal incomodidad. Para peor de los males, el acecho me hizo perder a mi presa de vista. Salí de inmediato de la cafetería y di algunas rondas por la plaza. Nada. Pero esa sensación de ser observado no me abandonaba.

Una alarma se activo, parecía la alarma de incendios. ¡Maldita sea! Necesitaba localizarle enseguida y terminar el trabajo cuanto antes, alguien me seguía y la multitud lo ultimo que hacia era guardar compostura, gritos y carreras me complicaban el encontrarle. Entre empujones y carreras la periferia de mi vista no alcanzaba mucho, hasta que al fin di con el. Metí la mano en el saco buscando el arma disfrazada ya con el silenciador listo. Y entonces me encontré con la mirada que me había seguido todo ese tiempo.

Era como ver todos los mitos de nuestro sub mundo hechos realidad, resaltaba entre la multitud y a la vez se perdía con tal facilidad que me era difícil seguirla. Una mujer, casi tan pálida como el mismo brillo mortecino de la luna llena, de cabellos cortos y negros y con una mirada casi surrealista. Fue, de hecho, su mirada lo que delato que era quien me seguía. Entonces, sin apenas moverse, se fijo en él. Me inquieto demasiado, todo lo que alguna vez llegue a escuchar de esa “división especial” era cierto. A simple vista podía apreciar que no era común, no como todos dentro de este negocio.

Un sobresalto de dudas invadió mi cabeza, ¿y si era cierto todo lo que decían?, si ella iba a por el mismo objetivo que yo ¿Cómo podría oponerme? Entonces, de un momento a otro, quise terminar con este trabajo de inmediato, no me importaban los mitos urbanos de los mercenarios. Era mi trabajo, ¡mío! Tome fuerza y empuje entre la masa de gente para tratar de adelantar y llegar a él. Para mi sorpresa, ella ya estaba a mi lado, me sobresalte de inmediato entre apretujones y empujones.

Comenzó a acercarse y pude notar su piel tan lisa como si estuviese tallada en granito y, sin embargo, traslucida. De cerca podían apreciarse sus venas casi amoratadas, las más pequeñas, por su rostro. Se acerco más aun hasta que pude sentir su aliento en la piel de mi rostro, gélido como viento invernal.

- No sigas.- Dijo con un tono de voz casi inaudible – No es momento, ni lugar. Paolo me ha enviado para detenerte ahora.

Su voz era melodiosa, pero casi un susurro. Pero, al nombrar al señor de mi división, me calmo un poco lo ánimos de alerta. De improviso, tomó mi mano, lo cual provocó que un escalofrió me recorriese la espina. Me llevo sin dificultad alguna hasta la pared más cercana, esperando el momento adecuado para salir de ahí, sin cruzar más palabras. Aguarde paciente mientras ella daba señal para salir entre un grupo menos desquiciado de personas.

Una vez fuera, ella haló de mí por algunas calles, hasta que llegamos a un estacionamiento público, soltó mi mano en ese momento y entro. Yo le seguí, intrigado.

-Bueno señorita…- espere a que diera alguna señal de decir su nombre, pero no obtuve respuesta-. Si no es mucho preguntar, ¿A dónde vamos?

-A por mi auto, obvio. –De manera tajante y con algo de fastidio respondió. Yo le miraba por detrás, apenas me daba cuenta de la indumentaria que llevaba puesta. Parecía un poco cliché, pero llevaba una gabardina negra larga, aparentemente gamuza, unos vaqueros negros muy comunes y una blusa de cuello alto. También me di cuenta que, entre su andar y la gabardina, asomaba un arma larga, una espada. Su cabello era mas corto por la parte de atrás, formando una melena al frente.

-Para ya. No me gusta que me miren así. -Dijo de repente y me sobresalto un poco. Se detuvo y, con una rapidez que no percibí de donde venían, saco un juego de llaves y desactivo una alarma. Era una camioneta hermosa, en color plata. Una CR-V del año, la relacione de inmediato con ella. Si las historias eran ciertas, solo era un poco de lo que ese tipo de personas podrían tener-. No es eso, no es mía. Es solo… un préstamo. –Arquee las cejas, “un préstamo…” pensé para mi, en todo caso… ¿me leyó lo que pensé? ¡Por todos los santos!-. Bueno, ya que te subas, si me haces el gran favor, podremos hablar.

Hice caso enseguida, subí al tiempo que ella lo hacia. Me seguía pareciendo demasiada coincidencia que ella quedase a la perfección tras el volante del vehiculo. Introdujo las llaves y encendió el motor, casi imperceptible. Y tomo rumbo hacia el sur de la plaza comercial.

-No estas tan equivocado. Es lógico que eligiera a mi gusto la camioneta. ¿Quién no lo haría, si pudiera? –Sonreí para mi, ella tenia toda la razón. La chica conducía con suavidad, me sorprendía que no aumentara la velocidad-. Pasemos, entonces, a lo que vine aquí. Paolo quiere que hagas el trabajo rápido, limpio y salgas de aquí de inmediato.

-Si, eso tenia entre manos cuando comenzaste a… -me dirigió una mirada de reojo, casi haciendo un mohín-. Bueno, me has interrumpido, tía. ¿Qué quieres que haga, ah? –Paró de repente ante una señal de alto, lo cual me hizo irme hacia delante, y con gracias casi mecánica tomo la caja de cigarrillos del tablero, encendiendo uno. Bajó un tanto las ventanillas de manera remota.

-Bien, esto es lo que vamos a hacer, así que atiende con atención –exhaló el humo-, mañana por la noche entraremos al hotel. Cuando el regrese, claro. Sácale la contraseña de la caja fuerte y lo mataras –la mire atónito-.

-Hay un fallo en tu plan –arranco el auto de nuevo-, has dicho “entraremos”, ¿cierto? –tenia el cigarrillo en sus labios, conducía sin ponerme la mas mínima atención.

-Cierto –dicho esto, se llevo la mano para sostener el cigarro-. No me enviaron para mirarte de lejos. De lo contrario, no te habrías dado cuenta si quiera que estaba aquí.

La mire atento unos instantes, era lógico que, si era de esa “división especial”, tenia mas rango que cualquiera, en cualquier parte del mundo. Pero este era mi trabajo, me chocaba un poco que se entrometiera de esa manera.

-Si me entrometo, es por que a mi también me han pagado por estar aquí. Los trabajos no son gratis ¿sabes? –Dio una vuelta repentina que me hizo ladear hasta dar con la puerta-. Y la contraseña, es algo que quiere Paolo, solo que tu tendrás tu momento de gloria al entregársela. A mi eso me tiene sin cuidado alguno –entramos por una rampa de acceso a un edificio de lujo, casi en el mismo camino que llevaba la dejo estacionada en un cajón-. Y las demás dudas, ya las hablaremos dentro –apago el motor de la camioneta, tomo la cajetilla de tabaco y retiro la llaves, salio. Yo le seguí-.

Caminaba con paso decidido hacia un ascensor de hacer al fondo del aparcamiento, yo solo le seguía de cerca. Entramos en el. Su mirada y actitud seguían tan frías e inexpresivas que me mostraba con solo ese hecho que no hablaría hasta no estar en su cubil. Ascendimos casi por el lapso de 10 pisos, cuando se abrieron las puertas automáticas, ella salio, conmigo como su sombra. Caminando hacia la derecha del pasillo. Se detuvo frente a una enorme puerta de madera, saco una tarjeta y la paso por el lector. La puerta se abrió de inmediato después de un leve zumbido.

Al entrar me regodee en el buen gusto de su suite, se notaba que el nivel que tenia para estar ahí. Y, sin embargo, ella parecía completamente ajena al lugar y la sensación futurista que este causaba tan solo cruzar la puerta.

-Vaya que eres materialista. Esto, que quede claro, tampoco es mío. Es solo un cuarto en alguna parte del mundo –decía mientras dejaba la gabardina sobre el respaldo de un sillón y los cigarrillos sobre una mesa cercana-.Tu y yo sabemos que estas cosas son pasajeras, sea cual sea la división a la que tanto aludes.

-Agradecería que dejaras de hacer eso. Podemos entendernos como los humanos comunes y corrientes, a palabras –me acerqué al sillón donde ella previamente dejo parte de su ajuar y tome asiento-. Y que linda espada es esa.

Ella me miro de reojo, se dio la vuelta quedando frente mío y se recargo en el marco de una puerta, o lo que parecía una.

-… Humanos. Como sea, si así lo quieres, por mi no hay mayor problema –ladeo la cabeza y exhaló el humo-, dime ¿te ha quedado claro lo que haremos? Lógico yo te guiare hasta llegar a la habitación.

-No tengo problema con eso, si Paolo te ha enviado tengo la confianza suficiente –eche el cuerpo un tanto hacia delante, acercándome a la mesa-. ¿Puedo? –señale los cigarrillos, ella respondió con solo un gesto para que los tomara-. Lo que en realidad me importa y, como sabrás, me mata de curiosidad es… Que los mitos son ciertos.

Ella me miro atenta, arqueo una ceja y se acerco al sillón frente mío, tomo asiento.

-A mi lo que me causa gracia de todo esto es, por supuesto, las veces que has hecho mención a los mentados mitos. ¿Qué sabes tú realmente de eso? No es que menosprecie tu conocimiento pero… ¿realmente te has creído toda historia urbana que ronda por las divisiones? - Todo el tiempo su mirada se debatía entre la curiosidad, la atención y la burla, tomó otro cigarrillo y le encendió-. No, no me mal entiendas. No es burla, es solo que me parece curioso como hay mitos entre divisiones, es todo.

Ahora caía en cuenta, entendía por que me había sentido tan ofuscado por su mirada. Sus ojos estaban enmarcados por una línea de maquillaje negro, en los contornos al ras de sus pestañas, acabando en una línea que los hacia mas profundo y felinos. Sus labios, con una pintura carmín casi perfecta, no dejaban marca sobre el cigarrillo. Y al dejar su boca cerrada, apenas y asomaban, eran notorios…

-¿El que? Hala tío, pero deja de mirarme así, ¡me inquietas y exasperas! –Debo admitir que me sobresaltó su comentario, interrumpiendo de paso mis pensamientos-, pero, es en serio… No son nada fuera de lo normal. Cada quien tiene sus ideas y manías, tanto en el negocio como el mundo.

-Ok, ¿pero puedes dejar, también, de hacer eso? No se si eres el mito, una psíquica o alguna clase extraña de ser que anda por ahí… ¡Deja de leerme la sesera! –Me fui contra el respaldo del sillón, molesto por la sonrisa que comenzaba a dibujarse en su cara-. Esto no es divertido. Venga ya, dime lo que tenias que decir cuando paraste la camioneta en el aparcamiento.

-Yo, dices. Vale, te esperare en el piso 3 a la media noche, en el descanso de la escalera de incendios. Una vez ahí, avanzaremos hasta el ascensor –yo le miraba atenta e inquisitivamente, me era casi hipnotizante la fluidez con que hablaba y la frialdad con la que reprimía cada expresión, era exquisito el hecho de que buscaba la ‘toma’ perfecta donde resaltaran sus incisivos sin perder detalle de su plan-. No te preocupes por las tarjetas de acceso, de eso me encargo yo. Tu solo trata de ser puntual y no lleves nada llamativo; Sabemos que llega al hotel rondando la media noche, así que, ó lo encontramos ya en la habitación, ó llegamos poco antes –fumo de su cigarrillo y echo la ceniza al pequeño mortero de la mesa-. Y para de buscarme los colmillos, por que de la manera que deben ser usados no te gustará conocerlos.

Una sonrisa apenas asomo de mis labios, al tiempo que dejaba la colilla del cigarrillo en el mismo cenicero que ella, tomé otro cigarrillo y lo encendí. Comencé a asentir con la cabeza de manera casi remota, aspirando el humo naciente.

-Bien, me ha quedado todo claro. Pero, tía, tengo unas cuantas dudas mas. La primera ¿Cómo coño has salido de día? Digo, se supone que no…

-¡Válgame! ¿No estarás hablando en serio? –Me interrumpió ella de manera entre asombro y enojo, me estaba dando cuenta que, de ser lo que los mitos aseguraban, estaba jugando con su paciencia… y mi supervivencia-. Muchos de esos mitos no tiene pies ni cabezas, solo están basados en novelas y literaturas de mucha gente trastornada, tampoco seré yo quien te aclare esa cosas si no vienen al caso –se levanto y camino hacia una terraza al fondo de la salita de estar donde nos encontrábamos-.

-Admito que he sido imprudente, me disculpo por ello señorita… -me quede esperando una respuesta, pero solo escuche una leve risa- Esta bien, ya lo entendí, supongo que no me enterare de mas nada… por esta noche –le seguí con la mirada mientras abría el cristal corredizo que hacia de puerta-.

-Así es. Tienes toda la razón con eso último. Por ahora no, todo a su tiempo –me levante del sillón y la seguí, mientras miraba como había anochecido lo suficiente y ella se recargaba sobre la baranda del balconcillo, quedando cara hacia mi-. Hay cosas que aun son parte de esos mitos… pero hay que tratarlas con cuidado. He viajado bastante y rápidamente para llegar a ti… así que es hora de que sacie ciertas necesidades –llegue justo hasta ella cuando, de un movimiento límpido y grácil, salto al borde del barandal, me sobresalte un poco, pero ella camino tranquilamente por el-. Cuando regrese no quiero que estés cerca del piso, ¿vale?

En ese momento, salto al vacío. Yo me acerque alterado hasta el filo del balcón, solo para mirarla como se alejaba a paso tranquilo por la calle, mientras dejaba caer mi cigarrillo. Apenas y pude pasar un trago de saliva cuando entendí el peso de sus palabras. Entre al piso, sin cerrar la puerta corrediza, tome otro cigarrillo que encendí de manera algo nerviosa, y salí sin más.

Fue una larga noche y un largo día. Miles de preguntas se agolparon en mi cabecita curiosa, me sentía cautivado por la idea de poder sacar todas esas dudas después del trabajo. En cierta manera me sentía privilegiado de ser de los pocos que conocieran a una de esas criaturas de cerca. Sin embargo, también me embargaba un sentimiento de extraña precaución. Este ultimo trate de calmarlo con un argumento interno de que era lo mas lógico sentirse así, estaba frente a un depredador superior al humano. Era de sentido común la inquietud.

Apenas faltaba un cuarto de hora para la media noche y ya me encontraba en el hotel. Tenía un poco de esperanza de encontrarme con ella y cruzar alguna palabra fuera del plan. Me sentía cautivado por ella, por su naturaleza y por la manera en que se desenvolvía ante mí. Mis pensamientos estaban vagos, perdidos entre si, enredándose entre ellos. Me acerque por el lobby hasta la recepción y pedí una habitación cualquiera, firme bajo un nombre falso como siempre. Me encamine al ascensor. Piso 3, baje ahí y tome camino por el pasillo alfombrado hasta el fondo donde se encontraba el acceso a la escalerilla de incendios. Abrí la puerta para confirmar si ella se encontraba ya ahí, pero no había señal alguna de ella. Al cerrar la puerta y darme la vuelta me lleve un sobresalto al encontrarme frente a frente con ella. No me di cuenta de cuando llego ó si me había seguido.

-Sí, normalmente es así… Oh, cierto, no te gusta que haga eso –sonrió para si. Llevaba la misma ropa que el día anterior, imagino que era parte de su idea de pasar inadvertida-. Bien, sígueme –me tomó del brazo y nos encaminamos como una pareja cualquiera al ascensor-. Es el doceavo piso. Por la derecha, la quita puerta a tu izquierda –el ascensor iba solo, no iba operador alguno. Un tipo subió dos pisos mas arriba acompañado de tres niños, siete pisos después, bajamos nosotros, uno de los niños jamás le quito la vista de encima a ella-.

Caminamos siguiendo las indicaciones que ella me había dado anteriormente, con naturalidad. Llegamos hasta la habitación y ella paso la llave por el cerrojo. Entramos, de inmediato un olor a hierba recién fumada inundo el aire. El tío yacía sentado mirando hacia la puerta, se levanto de inmediato dejando caer el cigarrillo al piso de mármol. Se abalanzó sobre el sillón de su costado, mientras yo me lancé a por el. Trataba de tomar un maletín mientras yo le alcanzaba y le propinaba un par de golpes a los costados tratando de sofocarlo. Ella se mantenía como la sombra de la muerte, inmóvil y sin gesto alguno, apenas siguiendo nuestros frenéticos movimientos con los ojos.

El tipo me propino u par de puntapiés, mientras yo sentía como doblaba un poco el cuerpo por los puñetazos. Cada vez que intentaba alcanzar la maleta, mi puño se hundía entre sus costillas. En la pelea caímos sobre la mesa que estaba al medio de los sillones, haciéndose astillas bajo nuestro peso, el sujeto me propinó un puntapié tal que salí despedido hasta el sillón donde inicialmente se encontraba sentado. De inmediato lleve mis manos hasta el arma ya preparada.

-¡Ah, ah, ah! De eso nada, te quiero quieto o te meto mas plomo en la cabeza, que un gringo corrupto a un pueblo pobre en sus pozos –el hombre levanto ambos brazos intentando incorporarse, resbalando entre los pedazos de mesa más grandes-. Muy bien, ahora que tengo tu atención, ladrón de cuarta, vamos caminando a la habitación. No se te ocurra alguna pendejada, que como la hagas te vuelo la cabeza –el tipo dibujo una sonrisa en su rostro, mientras sentía como ella se acercaba lentamente hasta la salita-.

-Bonita chica, le has traído para impresionarla, seguro. Pero ella parece una dama, no es para que mire estas cosas –el tipo le guiño el ojo, pero ella no reparo en el y siguió caminando por el lugar-.

-Basta ya, carbón. No repares en la señorita, que entre tu y yo hay algo que arreglar –me acerque hasta el y le repegué el cañón a la sien-. ¿Recuerda a Paolo? Le debes un par de cosas y he venido como heraldo cobrador, quiere ciertas cosas de vuelta y me temo que las tienes en la caja fuerte –lo empuje hasta la habitación, en este tipo de hoteles siempre tienen la caja fuerte en los armarios de las habitaciones. Le hice llegar al armario y le metí un golpe en la cara con la puerta del mismo-. ¡Anda! Que no tengo tu tiempo.

-¿¡Pero que te pasa, imbecil!? Si yo no tengo nada del tal Paolo, y si… trabaje en su zona, pero jamás me metí en su división. ¡No tienes por que golpearme! –le empuje de nuevo, ahora se dio de narices contra la caja al fondo del armario- ¡Vale! Ya la abro, pero… ¡No me matéis, por favor!

Se puse enseguida en aquella empresa, moviendo la cerradura de manera nerviosa, mientras me miraba de soslayo. Sentí como ella iba entrando en la habitación, mientras fijaba la mirada en la caja fuerte.

-Date prisa, idiota, y reconsideraremos el matarte o no –dijo ella, mientras cruzaba los brazos al frente del pecho y entornaba la mirada-.

El tipo apenas abrió la caja fuerte y saco un revolver de la misma, enseguida disparo a mi acompañante en la cabeza, la ví caer y el intento dispararme a mi, sin lograrlo, mientras solevantaba y trataba de tomar carrera. No repare en mi compañera y le seguí, metiéndole una bala en la pierna derecha, haciéndole caer como un costal de piedras. El siguió disparando, atontadamente, sin dar un solo acierto. Le metí otro tiro en el brazo que llevaba el arma, dejándola caer con todo el peso del mismo brazo. Entonces, sus ojos se abrieron como platos y perdió el color. Ella venia detrás mío, caminado pausadamente y con una mano en la cabeza.

-¿Serás hijo de puta? Te has atrevido a dispararme –ella saco la espada de entre sus prendas con una sola mano y, con el mismo impulso, le rebano la pierna izquierda-. Jamás, entiende eso, JAMAS intentes algo parecido, ¡condenado maricón! –Llevo la espada hasta su garganta y quedó parada sobre el charco de sangre que corría de la pierna mutilada- Ahora, la contraseña, que en tu estupidez has cerrado la caja –el tipo lloraba como desquiciado, y apenas se le entendía-. ¡HABLA BIEN, IDIOTA O TENDRE QUE CORTARTE EL COGOTE!

-1 5 2 9 4 0 1 1 4 , pe… te… te has levantado. Aun tienes el… y te has… -El sujeto apenas articulaba palabra, estaba atónito, mas de lo que estaba yo-.

-Mátalo tú, antes de que te robe yo el trabajo y le rebane la garganta –apenas dijo eso, le metí un tiro en media frente y calló al fin-.

Ella dio media vuelta y se encamino a la caja fuerte, mientras le miraba la espalda, me percataba de que aun sangraba en la cabeza, guardo su arma y se inclino ante la caja. Me acerqué y mire que, efectivamente, aun un hilillo de sangre le corría por el perfil de la cara. Apenas me di cuenta que ella estaba hurgando entre las cosas dentro de la caja, saco un par de rollos y unas cuantas tablillas de cerámica y se levantó.

-¿Qué es eso, para que lo quieres? Paolo no quería eso, solo venganza. ¿Ó, te ha pedido…? –Ella se detuvo en seco y termino de guardarse las cosas-.

-¿De verdad crees que alguien como yo seguiría las ordenes de un tarado como Paolo? ¿Crees que alguien de mi división y estirpe vendría hasta aquí solo por un ajuste de cuentas? Es muy iluso de tu parte… -Ella se dio la vuelta y, mirándome fijamente, una sonrisa fue dibujándose en su cara. Una sonrisa tal que pude apreciar sus colmillos a la perfección, fue entonces que me di perfecta cuenta que su iris era de un color carmín, al igual que sus labios, casi como si una gota carmín los hubiese coloreado de repente. Sentí el miedo entonces-. Gracias por la ayuda, pero no o necesito mas.

Corrí de inmediato, pero ella me tomo del cuello del abrigo y me lanzo contra la cama. Se abalanzo sobre mí y sentí como sus colmillos se clavaban en mi cuello. Sentí el frío de su mano sosteniendo mi muñeca y su rodilla entre mis costillas. De repente, sentí su aliento al levantarse y mire como se cerraba la herida en su cabeza.

Me sentía endeble, inmovilizado, no solo por su peso. Entonces, de entre sus ropas saco un puñal, clavándolo enseguida en mi pecho. Un dolor abrasador se apodero de mí, escuche el tronar de unos huesos y un calor que se esparcía por mi tórax. Me soltó la muñeca, al tiempo que llevaba el puñal a su boca y, con su lengua, limpiaba la sangre en la que este se encontraba bañado. La otra mano se zambulló en mi pecho, sentía claramente como removía sus dedos en el interior. Todos los sonidos cesaron, su mirada era una mezcla de placer y amor, mi visión comenzó a fallar, hasta que mire lo que levanto con su mano, mi corazón, aun calido, que llevo hasta sus labios. Succionando esa sanguinolenta esponja, entre lo orgásmico y lo cruel, las gotas de sangre caían sobre mi, mientras la luz y el frío se apoderaban de mi.


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